“Nunca una vendimia es igual a otra y esa, es la grandeza del vino”.
La segunda hija de esta prestigiosa Familia Fernández Rivera, productores de Tinto Pesquera, lidera la empresa en manos de las hijas de Alejandro y Esperanza. Conversando brevemente con ella, pudimos capturar algunas memorias de lo que es crecer con el vino. Su familia es todo un referente en Ribera del Duero, España, y productores de vinos como Tinto Pesquera, el Vinculo, Dehesa la Granja y Condado de Haza.
“Es un poco emoción y también un poco de susto que cuando te preguntan y cuando te haces consciente de tu responsabilidad y de lo que tu familia supone y tu familia es. Claro, tú estás en el día a día, has nacido aquí, has nacido con ello y has crecido con el negocio. Nosotras éramos muy pequeñas cuando mis padres empiezan en este mundo. También somos conscientes de lo que eso suponía, que mis padres lo único que tenían era ilusión y un sueño, que hoy lo estamos viviendo. Cuando tu madre y padre te llevaban a la viña a ayudar a etiquetar y embotellar, tú no eres consciente de lo que esto implicaba.
En el momento en que decidimos quedarnos a trabajar en casa, entendimos lo grande e importante que era el negocio de la familia”, dice.
Cada una de las cuatro hermanas estudió lo que quiso. Olga, por ejemplo, estudió leyes, que le ha servido de mucho en la operación del negocio, sobre todo en la base, y a dar un poco de seguridad de lo que estás haciendo. “Pero todas volvimos y nadie nos obligó. Entonces, si nos quedamos en casa fue porque quisimos. Es en ese momento cuando realmente eres consciente de que lo que quieres hacer es lo que has estado haciendo desde pequeña. Y cuando tienes 15 años el que tu padre te levante a las 5:00 am, o que en verano todas las tardes hay que ir a la bodega, y nosotras tal vez queríamos ir al río. En ese momento no eres tan consciente, estas viviendo una situación que en tu entorno no es tan importante todavía. Hoy es muy importante, en nuestra zona, pero en esta época, de los años 80, todavía no era tan importante”, comenta.
¿Cómo logra hacer hace balance entre vida y trabajo? “Yo pienso que estoy haciendo lo que quiero, es una profesión a la que tienes que dedicarle mucho tiempo, si no es una vocación, pues sería un poco pesado. Y yo creo que en un negocio que es familiar, tiene que primar mucho que te guste lo que hace. Porque no es una empresa que a las 8 horas te desconectas”.
De los componentes de la empresa vitivinícola, admite que el hotel le ha generado mucho más reto. “Lo del hotel fue algo muy visceral, un día mi padre llega a casa y dice que ha comprado un edificio y va ser un hotel. Quizá ha sido el reto más complicado que hemos atendido. La elaboración de vino la teníamos ya interiorizada y la gestión de la bodega. El hotel fue algo que no nos lo pensamos nadie. Ha sido hasta ahora el reto más difícil que hayamos tenido. Comenta que el hotel es muy bonito, pequeño, de 36 habitaciones, una antigua fábrica de harinas, de la que han conservado su esencia, respetando fachada, paredes y techos. Se dedica principalmente a la gastronomía y al vino. Y es un atractivo para el wine lover que viaja y visita la bodega.
Sobre la Isla, menciona que muy especial como mercado para sus padres. “Es uno de los países, sobre todo del Caribe y Latinoamérica, con una cultura y conocimiento del vino importante, un mercado muy maduro. No solamente les gusta tomar vino, sino que tienen conocimiento, lo entienden. Fue de los primeros mercados que nosotros vendimos, al primer mercado que salimos a exportar fue Estados Unidos, luego México y le siguió Puerto Rico”, dijo. Los principales mercados para esta bodega son Europa, Alemania, Suiza, España y le siguen como principales mercados, de fuera de Europa, exportando a 80 países.
El olor a la vid la transporta a casa. “Hay un olor característico siempre que es el olor de las uvas en vendimia y el guiso de patatas con carne que llevábamos a la viña, al majuelo, a vendimiar. El guiso es algo muy común en invierno, patatas con carne o con bacalao. Eso lo recuerdo muy entrañable. Es el olor a casa”, dice.
Hablar de varios vinos todos de Tempranillo y todos distintos es lo usual para ella. Y la tierra y el clima son factores que los hacen diferentes. Como a los hijos. “Es que todos han nacido de una forma especial. Se producen en distintas zonas, y eso es lo más importante. Mi padre siempre dijo que el vino se elaboraba en la tierra, en la viña. Pero hubo una época en la que esto no se creía, se enfatizaba que el vino se hacía en la bodega. El vino nace todos los años y todos los años es distinto, porque nunca es el mismo sol, ni el mismo frio, ni llueve igual”.
La noche de la cata en la Boutique du Vin, probaron grandes vinos. Y hubo una sorpresa ofrecida de la cata privada de los Cimino. Un Janus del 1995. “Decantar una botella tan importante, es un honor enorme. Cada botella es única, ya no se repite, siempre es una satisfacción enorme que abras esa botella y que esté como tú quieres, y que puedas decir que todavía tiene frescura y fruta. Está muy vivo”, comenta.
El clima es un factor clave, pues al no poder controlar el clima, el resultado es casi mágico. “No podemos controlar el clima y esto es la magia del resultado. El clima extremo nos ayuda a tener uvas sanas. En verano las temperaturas altas con niveles de humedad alto, también ayuda a que no haya plagas. Eso nos ayuda a tener cepas muy muy sanas y a tener un vino totalmente ecológico. El clima nos da, pero también nos quita”, admite.
Cada año es nuevo. Nunca una vendimia es igual a otra, y esa es la grandeza del vino.
Author: Lupe Vázquez